No ha sido un verano fácil en Can Barça. Hace años que no hay un verano fácil. La época del descanso y la desconexión es todo un quebradero de cabeza para los aficionados azulgranas, pues nunca sabes con qué desgracia te sorprenderá el club de tus amores. Supongo que el amor también es sufrir, soportar la fugaz tormenta de verano y curarnos las heridas tras ella.
La tormenta de este año, pese a que fue la más breve, fue también la más dolorosa. La marcha repentina y traumática del líder y emblema del equipo dejaba un enorme vacío. Una sombra que para algunos será imposible de borrar o menguar. Porque tras el adiós de Messi, algo se rompió en el barcelonismo. Un barcelonismo cansado, agotado y exhausto de años y años de desgracias, de noticias que invitan a todo menos al optimismo. Con el club agonizando en la esquina tras demasiados asaltos, el culé estaba más cerca de tirar la toalla que de alentar una vez más a un debilitado pero resistente púgil.
Pero en esa grieta que resquebrajó este verano al barcelonismo, floreció una talentosa juventud. Donde todo parecía oscuro, hecho ruina y tristeza, ellos pusieron valentía, talento y optimismo. Lo mejor, pero también peor, de ser joven y aparecer en un lugar lleno de tristeza es que no tienes ningún objetivo que asumir ni por el que padecer. Ningún techo impuesto que te impida crecer. Son almas libres correteando por un césped que no puede caer más bajo. Y es esa libertad la que puede condenar o brindar de gloria a esta generación. Porque los pronósticos y jerarquías solo se rompen con el descaro e irreverencia de los recién llegados.
Quizás ya nada sea igual que antes. Y quizá eso no deba tener un significado negativo, pues nunca nos bañamos dos veces en el mismo río. El futuro, por naturaleza, es incierto. Somos nosotros quienes le debemos dar ese tinte de luz o oscuridad. Y esta hornada de nuevos talentos, curtidos en la tragedia, irradian con una potentísima luz cualquier atisbo de oscuridad en nuestra mirada.
Xavi Sánchez
Colaborador
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