“Al final todo ha sido como durante buena parte de la temporada”, sentenciaba Busquets al término del partido contra el Levante. Finalmente, ha sido como durante los últimos años, podría sintetizar el aficionado culé. Un aficionado cada vez más acostumbrado a rozar con las yemas de los dedos la gloria para posteriormente caer, de la forma más cruel, a los infiernos del fracaso.
La catarsis necesaria tras las debacles europeas en Roma, Liverpool y Lisboa se consumó a medias. La llegada de Koeman, otrora héroe del barcelonismo y con fama de entrenador con mano dura, auguraba una temporada de transición y una renovación que ha derivado en el mismo final de siempre. Tampoco la abrupta despedida de Bartomeu y su junta, sumada a la llegada de un carismático y energético Joan Laporta, ha servido para ver un nuevo colofón en el Camp Nou.
Llegados a este punto, y viendo que ni los tres entrenadores que han ido desfilando en un año por el banquillo azulgrana ni los nuevos directos han conseguido alzar el vuelo de los futbolistas hacía nuevos éxitos, quizá deberíamos cambiar nuestro punto de mira.
Quizá debamos plantearnos si es casualidad que tres entrenadores hayan sucumbido estrepitosamente en momentos claves con, más o menos, la misma plantilla. Quizá tengamos que preguntarnos si es casualidad que en momentos de máxima trascendencia, y con diferentes directivos en el palco, los mismos jugadores decisivos fallen cuando no han de fallar.
Y sí, los errores de directivos y entrenadores son, en gran parte, la causalidad de estas debacles. Y no, que en el césped estuvieran, en buena parte, los mismos jugadores que en anteriores debacles, no es casualidad. Porque esa catarsis tan necesaria que realizaron directivos y entrenadores, no se llegó a consumar de forma eficaz en la plantilla.
Una plantilla sucumbida a los temores y traumas europeos que dejaron una herida tan profunda que, pese a los continuos cambios, revoluciones y paso del tiempo, no cicatriza. Y es esa herida la que aleja, una y otra vez, la extraordinaria gloria que en tiempos no muy lejanos convertimos en ordinaria. Una gloria que les aguarda sostenida desde un techo de cristal. Un techo que, a causa de malas decisiones desde arriba y miedos e impotencias desde abajo, el Barça es incapaz de derribar.
Xavi Sánchez
Colaborador
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