En 1974, Philippe Petit saltó a la fama por cruzar las Torres Gemelas sobre una cuerda a más de 400 metros de altura. Fue una hazaña irrepetible, una escena donde los nervios, el vértigo y el equilibrio deben estar en perfecta armonía para evitar una catástrofe. Petit, durante los 45 minutos que estuvo subido en la cuerda, se debatió entre la vida y la muerte. Griezmann, en cambio, lleva año y medio en ese alambre.
Antoine quería un cambio de aires. Un destino donde relanzar su carrera y llenar su mochila de títulos. Tras varios años insinuando su posible presencia en la mesa de Cristiano y Messi, el francés decidió unirse al argentino para compartir los platos del menú. Fue una decisión astuta y muy pensada, puesto que un año antes decidió hacer oídos sordos a los cantos de sirena procedentes del Camp Nou. Sin embargo, la eliminación del Atlético a manos de la Juve confirmó la idea que llevaba tiempo rondando en su cabeza: Barcelona iba a ser su próximo destino.
Sin saberlo, Antoine llegaba a un Barça hundido. Un equipo agrietado donde la debacle en Anfield enseñó los problemas de una plantilla que había conseguido esconder sus déficits desde el pragmatismo y el talento individual. Griezmann tuvo un inicio prometedor, pero rápidamente surgieron los problemas. Tras bañarse en confeti contra el Betis, se hundió en el lodo. Con Suárez y Messi en el equipo, su fútbol quedaba reducido a un costado. Acostumbrado a la libertad sobre el césped, Antoine debía adaptarse a una posición donde su movilidad quedaba restringida. Un rol donde sus virtudes, en lugar de brillar, se apagaban. Sus cifras crecían, pero su impacto en el juego se deterioraba.
Griezmann es como una pieza del Tetris. Le das vueltas, la mueves de un lado al otro para darle cabida. Si la encajas en su sitio, perfecto. Pero si no la colocas bien, ya perjudicas al resto de fichas. Y esto sucede con el francés. Si no se ciñe a una posición concreta, ni él ni sus compañeros salen beneficiados con su presencia. Griezmann alcanzó su cénit en un contexto muy concreto: jugando por detrás de un 9 que le limpie las zonas para crear y organizar. Giroud siempre fue su Robin en la selección. En el Atlético, la nómina de arietes que fueron pasando siempre lo potenciaron. Necesita sentirse importante. Ser la referencia en ataque, el jugador por donde pasan todos los balones. Pero en el Barça, ese rol le correspondía a Leo. Hasta que, en Villarreal, tras el confinamiento, Antoine resurgió. ¿El motivo? Por fin jugó por con un delantero por delante.
Pero esa actuación solo fue un amago, un espejismo. No solo su partido a nivel individual, sino la versión coral que mostró el equipo. Setién hizo las maletas y Koeman, empeñado en aplicar su 4-2-3-1, apostó por colocar el francés por derecha. Pero Antoine seguía sin sentirse cómodo. Debía actuar en una posición que le genera apatía y lo desconecta del juego. Porque si Griezmann no se siente importante sobre el césped, se cae como un castillo de naipes. Sus mejores partidos, curiosamente, han sido sin Leo. Jugar por dentro, con libertad para venir a recibir, conducir y moverse a sus anchas le permiten ofrecer su mejor versión. Pero con el argentino, eso es muy difícil. Y con Coutinho, aún más. Son tres jugadores para el mismo rol. Cromos repetidos. Uno es el mejor de la historia. Los otros dos son los fichajes más caros de la historia del club. El Tetris puede soportar una ficha mal colocada, pero tres ya dejan la partida al borde del Game Over.
Griezmann combina buenas actuaciones con partidos discretos. Es el problema de una planificación en la que se priorizan los nombres por encima de las necesidades que necesita el equipo. Como Philippe Petit, camina sobre una cuerda debatiéndose entre la gloria o el infierno. Pero para Antoine, el abismo cada vez está más cerca. Otro paso mal dado y su caída puede ser irremediable. Quién sabe si estará arrepentido de haber venido al Barça, si le rondará por la cabeza aquello de “el primer pensamiento siempre es el mejor”. Juró amor eterno al Atlético para decir adiós un año después. Quizás todo es fruto del Karma.
Adrià Regàs @arq1027
Colaborador
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