Una balanza es un instrumento capaz de medir y comparar masas, y si hubiéramos tenido una en el Camp Nou el pasado sábado, y hubiéramos situado en cada lado las ocasiones y el juego desplegado por cada uno de los equipos hasta el minuto 62, no hay duda de que el equilibrio hubiera sido perfecto.
Nos aventurábamos a presenciar uno de los peores clásicos de los últimos tiempos debido a los últimos partidos tanto de culés como de merengues, pero nada más lejos de la realidad, y es que dicen que los clásicos son partidos especiales, donde todo cambia y donde todo coge una dimensión especial. El partido era un “toma y daca” entre un equipo herido como era el Madrid y uno en construcción como es el Barça, donde hay infinidad de cosas por asimilar y por mejorar tanto tácticamente como individualmente.
Era de esos encuentros en los que los entrenadores desde el área técnica se tiran de los pelos, quizá mas uno que el otro, pero que para el espectador no podía ser más entretenido. Las intervenciones de Courtois y Neto se sucedían y el electrónico temblaba a cada minuto ante una posible variación. El variable 4-2-3-1 de Ronald Koeman se trataba de amoldar a la cambiante apuesta de Zidane por el 4-3-3, intentando llevar el combate a los puntos, hasta que el apoyo de la mencionada balanza fue desestabilizado por dos protagonistas que deberían haber pasado desapercibidos, pero una vez más no lo consiguieron: Martínez Munuera y Sánchez Martínez.
En el minuto 62, Sergio Ramos y Lenglet forcejeaban en el área del Barça, y digo forcejeaban porque los empujones y agarrones eran mutuos, incluso más intensos por parte del camero, que cuando se le acercó el balón, incomprensiblemente voló en la dirección contraria a la que Lenglet lo tenía ligeramente agarrado de la camiseta. La acción no llevaba a ninguna duda porque es algo que sucede decenas de veces en cada área en el transcurso de un partido, pero esta no, esta si que había que ir a verla. Primera incongruencia, cuando Casemiro había cometido una inmensamente más dudosa sobre Leo anteriormente y ni si quiera se propuso para revisarla.
Lo que es escandaloso es que una vez que Martínez Munuera acudió al monitor del VAR, señalase la pena máxima. El error sobre el campo es comprensible, el error viéndolo en la televisión es ya obsceno.
Cualquier aficionado al fútbol quiere pensar que no hay nada premeditado y evidentemente a veces te favorecen y otras te perjudican, pero cuando sucede algo tan fuera de lo normal, se puede llevar a la crítica al igual que se le ocurre a un delantero que falla un gol clamoroso y a nadie se le sanciona.
No es llorar, porque el partido podía caer de cualquier lado, es quejarse de lo evidente como infinitamente han hecho desde el lado blanco. La balanza estaba completamente equilibrada hasta que dos señores la desequilibraron a su antojo.
Víctor Diosdado Hernández: @victordisloke
Colaborador
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