Y Gerard decidió marcharse y nos emocionó por penúltima vez. No estaba dispuesto a ser el villano en la última parte de su película y tomó la palabra, la cámara y sus recuerdos, y nos dijo adiós.

Con él se va un capitán que nos hizo felices, que nos arrancó sonrisas, y con él también se va un trozo de nuestra historia y momentos irrepetibles de nuestro pasado cercano que se quedarán a vivir en nuestra memoria.

Y de la misma manera en que todos somos mejores personas en nuestro funeral, también en las despedidas nos gusta recordar siempre lo bueno, por lo tanto esquivaremos las menciones a un sueldo excesivo y pondremos el foco en u gran aportación durante tantos años en el campo y fuera de él.

Piqué era la provocación, era la manita extendida en el 5-0, era la sonrisa sarcástica en Sarriá, era la mención tan inoportuna como hiriente del Español de Cornellá, el gol en el 2-6, el diablo y el ángel en su dicotomía dual y permanente, tan adorado desde nuestra acera como odiado por nuestros rivales.

Hoy nos dice adiós, con la velada amenaza arrogante de un Mac Arthur redivivo que nos ilusiona en la misma medida en que preocupa en las cavernas de la capital.

Sus contactos, su lengua viperina, su seducción natural serían una amenaza para aquellos que se empeñan en tenerlo todo atado y bien atado desde tiempos inmemoriales.

Pero el futuro nos dirá si esa vuelta es posible.

Lo que era cierto es que Piqué iba a ser pitado, cuestionado y tal vez despreciado, porque el tiempo pasa para todos y él no estaba dispuesto a permitir que pidieran su cabeza en una metafórica guillotina o a ser el chivo expiatorio de los males del club que no se circunscriben a él, aunque formara parte de ellos.

No quería que el populacho, nosotros mismos, pidiéramos el indulto para cualquier Barrabás sin méritos antes que perdonarle a él cualquier error, a veces compartido.

Y en el libro de oro de este club, mientras algunos serán devorados por el tiempo dejando tan solo un reguero de avaricia, Gerard como Robin Williams en “el club de los poetas muertos” ha sabido elegir el momento para demostrar el valor.

Porque Gerard, aparte de un gran futbolista, siempre ha sido un gran culé.

Y hoy lo ha demostrado una vez más.

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