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Un Barça rutinario se queda a centímetros de la victoria

Existe un tipo de persona que aborrece e incluso teme las fiestas y verbenas. El Barça hace años que se transformó en uno de esos tipos. Traumatizado en cualquier torneo de eliminatorias, en donde las esperanzas se esfuman a base de goleadas durísimas en el aspecto emocional, los de Xavi se abrazan a la rutina de la Liga. Esa rutina que llega cada semana y, sin ningún tipo de esfuerzo ni ostentación, se saborea una gloria mediocre y decadente, pero gloria al fin y al cabo. Tras la goleada blanca en feudo azulgrana, el Barça tenía la misión de devolver el honor a un estadio hastiado de tantas decepciones.

Y bajo esas premisas, Barça y Girona saltaron al terreno de juego pisando a fondo el acelerador. Desde la primera jugada, donde Taty Castellanos y Tsygankov tantearon el área de Ter Stegen, los ataques fueron aconteciendo, más por inercia que por juego. Como dos boxeadores en los últimos rounds, cegados por la agitación y la testosterona, los dos equipos daban y encajaban golpes sin que ninguno logrará noquearlos.

En el cuadro azulgrana, Ansu Fati, héroe desterrado por las lesiones y las expectativas, emergió como líder del ataque, ante el ocaso desilusionante de Lewandowski y la ineficacia de un laboroso pero desacertado Raphinha. El 10 del Barça, pese a que el Camp Nou sigue añorando a su predecesor, agitaba al equipo con su diagonal de banda izquierda hacia dentro. Alejandro Balde, luz en la tiniebla azulgrana, aprovechaba ese carril izquierdo para avivar aún más las arremetidas del conjunto de Xavi Hernández. Pero el huracán de esa banda izquierda se topó con el muro de Gazzaniga, que negó por activa y por pasiva el gol al líder de la liga.

Llegados al filo del descanso, los 22 futbolistas decidieron claudicar de sus ofensivas, esperando el momento de volver a la trinchera y recargar energías. Solo un córner en banda derecha, botado de forma rasa y potente por Raphinha y rematado por Araujo, agitó un partido que desprendía aroma a cloroformo. La jugada fue una metáfora de este Barça; pues el balón entró, pero en el último instante, cuando al balón le quedaban centímetros para traspasar de forma completa la línea de gol, Gazzaniga colocó las manoplas y detuvo, en el ultimísimo instante, la euforia azulgrana.

En la segunda mitad tampoco hubo lugar para la euforia ni la alegría. El Barça salió dubitativo del vestuario, sin ideas claras y una pesadez propia de un lunes. El Girona, como en el primer tiempo, volvió a tener las ocasiones más claras. El Taty volvió a encarar a Ter Stegen, en la oportunidad más clara del partido, pero el argentino no acertó en su duelo particular con el portero alemán.

El Barça trataba de inclinar la balanza a su favor. En las bandas, Raphinha y Balde colgaban balones que ni Ansu ni Lewandowski lograban tan siquiera controlar. Con el paso de los minutos, y la entrada de un Alba revulsivo en banda izquierda, los centros se intensificaron y el área del Girona se convirtió en una pelea en el barro: remates interceptados, rebotes, segundas jugadas y un Gazzaniga que emergió como héroe en la emergencia.

Los últimos minutos desembocaron en un Barça desatado y un Gazzaniga colosal. Empujado por un Camp Nou alterado y hastiado de un juego mediocre, los azulgranas se lanzaron sin temor hacia el ataque. Primero Gavi, con un cabezazo tras un córner que repelió el meta del Girona, y finalmente Lewandowski, con un desesperado taconazo tras una galopada llena de coraje de Ronald Araujo en el último minuto, intentaron recuperar esa gloria rutinaria que llegaba de forma automática, a veces merecidas y otras no, cada semana. El Barça finaliza así las fiestas de pascuas, con más dudas que alegrías y con un Camp Nou con más desencanto que devoción.

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