Miralem Pjanic llegó a Barcelona en un trueque por Arthur para convertirse en el nuevo líder del centro del campo azulgrana. Se marchaba un jugador joven que no acababa de arrancar y llegaba un veterano, exquisito con balón y con un golpeo a balón parado formidable, curtido en mil batallas para rendir de forma inmediata. Hasta ahí, todo bien. Más o menos. Pero a la hora de la verdad, nada de nada.

El futbolista bosnio ha desaprovechado las 6 titularidades que ha tenido en Liga y los más de 1.000 minutos que lleva jugados con la camiseta del FC Barcelona. Lejos de ser un habitual en el once cada fin de semana, cuando ha salido no ha demostrado su valor. Porque el jugador sigue ahí, escondido, pero todavía no hemos visto ni un ápice de sus capacidades. Al final, ha acabado dándole la razón a Koeman por las pocas oportunidades que le estaba dando. Con su dejadez, ha mejorado incluso el pobre rendimiento de Busquets en algunos partidos.

Ayer frente al Elche en el Camp Nou dispuso de una gran oportunidad para resarcise y convencerse de que merece ser titular, como pidió en diciembre en “La Gazzetta dello Sport” alegando que no entendía la situación que estaba viviendo y con la que no estaba para nada satisfecho. De nuevo, decepción. Sustituido al descanso tras 45’ muy pobres. Lento con balón, poco participativo y visiblemente apagado.

“Debe mejorar el ritmo del balón y ser más consciente de su posición en el campo”, dijo Koeman tras el partido en rueda de prensa. Unas palabras que huelen a sentencia, pero no le falta razón al técnico neerlandés. Pjanic perdió 7 balones, apenas dio movilidad en el centro del campo y estorbó a De Jong y Pedri en salida de balón. Fue un cero a la izquierda.

Su situación parece clara. Busquets nunca ha visto peligrar su sitio, y la competencia que se buscaba con la llegada del bosnio apenas ha existido. Y no porque uno haya estado soberbio, si no porque el otro ha dado entre poco y nada. No hay más.