Las despedidas nunca son sencillas. Albergan muchas emociones, momentos nostálgicos donde irrumpen los recuerdos, las vivencias y los buenos ratos. Son situaciones donde los sentimientos florecen, se entrelazan y generan sensaciones contrapuestas. Unos tratan de evitar este tipo de actos y desean que el tiempo corra y todo termine. Otros, sin embargo, prefieren que el homenaje sea eterno.

Pero lo difícil no es decir adiós, sino como hacerlo. Y Gerard Piqué, tras 14 temporadas y una cantidad ingente de títulos bajo el brazo, decidió despedirse del fútbol publicando un vídeo en su cuenta de Twitter un jueves por la tarde. Cortita y al pie. Porque Gerard siempre ha sido diferente al resto. Un rebelde en un mundo políticamente correcto, donde salirse del guion es casi un pecado. Solo unos pocos están dispuestos a saltarse las normas. Y Piqué, fiel a su libreto, puso punto final a su carrera a su manera.

Cuando en 2008 regresó al Barça, con apenas 21 años y después de un Erasmus en Manchester y un breve paso por el Zaragoza, seguramente nadie esperaba que Piqué se convertiría en un emblema del club. Y no solamente en el terreno de juego. Porque Piqué, más allá de ser futbolista, ha personificado durante todos estos años el sentimiento azulgrana fuera del césped. Ha sido la representación de la entidad, un altavoz para la masa social, un jugador que ha sacado de quicio a Espanyol y Real Madrid, los dos grandes rivales del club azulgrana. Para pericos y madridistas, Gerard ha sido un saco de boxeo. Un elemento sobre el que vaciar la ira, liberar estrés y volcar filias y fobias. Un jugador con quien desfogarse y abocar la rabia y el odio hacia todo un club. Ha recibido silbidos, insultos y cánticos desagradables. Mientras los culers lo adoraban, el resto despotricaba. Seguramente esa polarización entorno a su figura fue lo que lo hizo especial.

Pep Guardiola, Tito Vilanova, Tata Martino, Luis Enrique, Ernesto Valverde, Quique Setién, Ronald Koeman y Xavi Hernández han pasado por el banquillo del Camp Nou en las últimas 14 temporadas. En todas ellas, a excepción del curso actual, Piqué ha sido trascendental. Sin embargo, centrándonos en el plano meramente deportivo, Gerard nunca ha tenido un gran impacto a nivel mediático. Nunca ha destacado por ser un defensa aguerrido, por tener un físico prodigioso o un carácter feroz. Estos atributos seguramente resaltan más que la lectura, la anticipación, la salida de balón, el orden táctico o la colocación, características que definen al de la Bonanova. No tendrá la garra de Puyol o la puntualidad goleadora de Sergio Ramos, pero Piqué ha dominado como nadie la posición de central en los últimos quince años. Convirtió la excelencia en rutina sin que la mayoría se diese cuenta. Quizás esa ha sido su mejor virtud dentro del campo. Trabajar en silencio, parecer un actor figurante cuando, en realidad, él era el protagonista de la función.

Ya fuera en un equipo que vivía en campo contrario imprimiendo una presión asfixiante o en un conjunto que se sentía más cómodo replegando, Piqué siempre supo darle al equipo lo que necesitaba. Entendió a su cuerpo cuando ya no respondía como antaño y aprendió a sacarle el máximo partido. Su físico iba mermando, pero su inteligencia sobre el césped no paraba de crecer. Vivir a 50 metros de su portería se acabó convirtiendo en algo parecido a un suplicio, pero Gerard consiguió compensar ese déficit sacando a relucir unas virtudes como defensor en área propia que nunca habíamos visto. Se hizo grande cerca de la zona del punto de penalti, erigiéndose en el pilar que sostenía la estructura defensiva culer. Despejando balones, yendo al corte y ganando duelos aéreos, Piqué apagó los incendios colectivos desde el puro talento individual.

No obstante, los últimos meses han dejado alguna que otra mancha en el expediente casi perfecto de Piqué. Las imágenes en el banquillo con una actitud reprochable, su mala actuación frente al Inter o su presencia en la foto de todas las debacles europeas han hecho mella. Pero, finalmente, ha sido fiel a su palabra, y cuando no se ha sentido importante ha decidido dar un paso al lado. Su partido ante el Almería demuestra que aún podía sumar, y hace seis meses estaba dejando una exhibición en el Reale Arena jugando cojo. Pero esta historia ya tenía el final escrito, y Gerard ha preferido avanzarlo y dar por concluida su carrera deportiva antes de la disputa del Mundial en Catar.

Y Piqué dijo adiós como solo él sabe hacer. Su marcha deja un vacío inmenso a nivel global. Se va una parte del escudo, un emblema, un jugador que siempre fue algo más que un futbolista. Pero esta despedida, extraña por la rapidez de los acontecimientos y algo fría por la magnitud del jugador, no es definitiva. Porque Gerard volverá. Y el futuro, igual que el final de su historia como futbolista, parece que ya está escrito.

Share This