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Me llaman Lio, “pulga”, pero jamás dejaré de ser Lionel Andrés Messi, aquel que naciera en Rosario, a unos cuantos miles de kilómetros de esta Barcelona que me recibiera, acogiera, y diera la posibilidad de llegar a estas alturas de un deporte qué en Argentina, se vive de manera tan intensa.

Soy así, como me ven, como siento y disfruto cada instante de mi vida, por cierto, también vienen tormentas y las afronto en el seno de mi familia, mate y asado la mejor “medicina” para tantos males ¿qué más? Y aunque crean lo contrario, nada fue fácil en mi vida como la vida de tantas personas. Colegio, dificultades en mi desarrollo me tuvieron en vaivenes que no siempre son fáciles para pibes de cunas humildes, de padres trabajadores de lo cotidiano.

De allí viene la pelota que me sigue acompañando aún hoy: desde los recreos en la escuela, a los eternos picados en los potreros, calles y donde se diera la oportunidad de correr buscando quebrar, atravesar al viento para definir en arcos que constaban de objetos (piedras, abrigos) enfrentadas, haciéndose señas ante tanto entusiasmo de aquellos pibes, o dos palos que tal vez reclamaban un travesaño con desesperación…ni hablar de una red. Éramos incansables, no importaba la lluvia, la noche ¿Cómo olvidar todo aquello? Y así llegó el momento, vestir la rojinegra de Newell’s Old Boys de la ciudad de Rosario, divisiones inferiores con tan solo 7 años en esa mochila de utopías.

¿Y mi abuela Celia? ¿y su paciencia de siempre?, quien me hiciera conocer a una cancha de fútbol cuando solo tenía 4 años, la llevaré por siempre en mis festejos, en los momentos que me toque vivir, jamás me abandona ni abandonará.

Con todo ese bagaje de sueños y esperanzas, y con unos años más, comenzaba el derrotero de pruebas en otros clubes de Argentina, pero mi salud privaba en el día a día de mi familia, por allí en algún recodo del camino surge la posibilidad Barcelona, con mis 13 años y una valija de humildad, golpeé las puertas de la escuela futbolística de mis propios días.

Así fui abriendo esperanzas, gambetas, goles, todo aquello que naturalmente nacía de manera espontánea, era la oportunidad y las oportunidades no son para perderlas. Sumado a la contención permanente de mis padres, afrontaba sin tener plena conciencia, de un momento que tantos chavales del mundo deseaban tener.  Primer contrato, debut con apenas 16 años…y la calesita no paró, no dejó de darme intensidad.

Los años se suman rápido, intempestivos, desde aquel soñado debut ¿lo demás? Fue una catarata que derivó en lo que la gente fue conociendo, a la par de mi vida: etapas de brillo, un Barcelona que deslumbraba, plagado de palmarés, vitrinas completas, rodeado de jugadores de excepción. Esposa, hijos fueron dándole marco e intimidad a tanta exposición.

Los aviones pasaron a ser parte de la rutina, la Selección Nacional de mi país, donde aún tengo la gran deuda, gran deuda conmigo mismo. Debí aprender a manejarme con la prensa, cuestionamientos increíbles (si canto o no canto el himno, por ejemplo).

Ya en los 33 años de vida, Dios sabrá sobre la continuidad de mi carrera. Solo sé que, en todos estos años de jugador profesional, lo di todo por mi club, por la selección. Con la simpleza de cualquier pibe que juega a la pelota, que solo busca ser feliz y dar felicidad dentro de un campo de juego. ¿Lo demás? No soy yo quien deba juzgarse/juzgarme.

Sí surge que nada es ni será igual, entorno, dirigencias, técnicos y los compañeros de excelencia que me abrían todos los días una puerta a la felicidad, mi felicidad que es jugar al fútbol-

Los intereses son extremos, pero ellos se caen si en el campo de juego no surgen esas jugadas que levantan a las parcialidades: paredes, gambetas, pases al pie, romper defensas por donde más duele: entre centrales, directo al corazón de arco rival, el gol!.

No tengo a los Iniesta, Xavi y/o Neymar. Pareciera que no hablamos el mismo idioma con aquellos que conducen los destinos del Barcelona. ¿Entonces?

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