Quique Setién llegó en Enero con la base y el objetivo de cambiar la dinámica y recuperar el estilo de un Barça que, por aquel entonces, llevaba tiempo perdido a los mandos de Ernesto Valverde. Una destitución a destiempo que se tenía que haber hecho media temporada antes propició una de las peores chapuzas entre tantas de la larga lista que suma Bartomeu y su equipo. La negativa de Koeman a abandonar la ‘Orange’ antes de disputar la Eurocopa, Abidal y el viaje a Qatar para intentar traer a Xavi a la desesperada que acabó con un NO por parte del de Terrassa, la lista de candidatos se redujo al mínimo. Así que el elegido, como todos sabemos, fue Quique Setién.

Su presentación fue ilusionante para el barcelonismo. Un tipo humilde que horas antes se encontraba paseando entre las vacas y, por circunstancias de la vida, lo llevaron de repente a entrenar a los mejores jugadores del mundo, algo que le costaba creerse a él mismo. Su discurso de recuperar el buen juego, volver a contar con la cantera y entrever que no le temblaría el pulso sentar en el banquillo a quien no estuviese al suficiente nivel le sirvió para meterse a la afición en el bolsillo.
Pero dos meses le han bastado a Quique para deja ver que este vestuario le viene algo grande.

El Barça ha mejorado en el juego, ha recuperado el liderato de esta extraña liga (veremos como termina tras el parón del Covid-19) con una plantilla que, la verdad, no se le puede pedir más. Pero Quique sigue sin creerse que entrena al FC Barcelona, y su discurso ha ido cambiando a lo largo de este periodo corto de tiempo. Los últimos líos y polémicas le han dejado en entredicho. Las famosas vacas sagradas a las que Quique Setién no le iba a temblar el pulso sentar en el banquillo siguen con el control y poder del vestuario.

La última polémica, y quizás, la que ha acabado por hacer caer los pantalones de Setién ante los jugadores, ha sido la de Eder Sarabia en el clásico. Un Eder al que le corría la intensidad por las venas recriminaba a voces a algunos jugadores, cosa que no gustó a cierta parte del vestuario y que acabó con las disculpas en público por parte de Quique Setién, quien a su vez reprochó a Eder que debería mejorar sus formas. Error.

Es aquí cuando se ve la grandeza y la capacidad un entrenador a la hora de manejar un vestuario. Es aquí cuando el barcelonismo echa la mirada atrás y, sin ir muy lejos, recordamos a Pep o al mismo Luis Enrique, esos entrenadores que sólo con entrar a rueda de prensa desprendían el liderazgo y la autoridad que hay que tener para entrenar en el Camp Nou. Esto, aunque duela, Quique no lo tiene.

A Guardiola lo llamaron loco cuando, en 2008, no le tembló el pulso en dar salida a Deco, Ronaldinho, Zambrotta… y un Eto’o que estuvo al límite, pero que terminó saliendo a la siguiente temporada. ¿Va siendo hora de una nueva purga de vacas en el Camp Nou? Veremos qué pasa en este verano que se presenta movidito. Una dictadura de jugadores y una directiva en declive agudizan la crisis de Bartomeu. La afición pide elecciones anticipadas, pero Bartomeu quiere agotar el mandato, con o sin él en el cargo, algo a lo que se opone la mayoría de la afición y que divide al socio.

Así pues, el divorcio entre jugadores y staff técnico ya es una realidad. Quique ha sido incapaz de terminar con la dictadura de los jugadores en el vestuario y estos han perdido la confianza el míster. Quizás si en el día de su presentación Setién se hubiese frotado bien los ojos y se lo hubiese creído un poco, hoy probablemente no estaríamos hablando de esto. Autoridad, míster…

Daniel Álvarez

Colaborador

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