“I have a dream”. La frase que Martin Luther King llevó a la fama se ha adaptado a todo tipo de contextos con el paso de los años. El futbol es uno de ellos. Hay veces que los sueños parecen reales, demasiado perfectos como para ser simples imaginaciones. El despertador siempre se encarga de estropear nuestros mejores sueños cuando más auténticos parecen. Pero hoy la alarma no ha sonado, y el sueño de todos los barcelonistas se ha hecho realidad:  Bartomeu ya es historia.

Llega a su fin una de las peores gestiones que ha vivido el FC Barcelona en toda su historia. Una junta que heredó el mejor Barça de la historia y lo fue destrozando poco a poco, con decisiones que parecían superfluas pero que iban dañando la estructura. El equipo se mantenía en pie, pero con los años iba perdiendo fuerza y los tambaleos eran cada vez más intensos. Hasta que el derrumbe llegó en Lisboa. La debacle contra el Bayern no fue un accidente, sino la confirmación de una muerte anunciada.

El Cruyffismo que nos llevó a la gloria, a dominar el fútbol, es un ideal que no cuaja en esta directiva. No entendieron que el estilo fue lo que nos hizo grandes y que era el camino correcto para alcanzar los triunfos; no entendieron que el entrenador juega un papel fundamental y que merece ser respetado; no entendieron que la cantera es una fábrica de talento del cual emergen jóvenes que han mamado nuestra manera de jugar. Para ellos, reunir “estrellas” a golpe de talonario era el método ideal para ganar títulos; el entrenador era un simple títere sin voz ni voto en la planificación que debía ser “amigo de los jugadores”; y la cantera era la herramienta perfecta para hacer caja y sacar beneficios.

Guardiola fue la primera pieza en caer. Con una buena gestión, Pep hubiera seguido unos años más. Anunciar a su sustituto en contra de su voluntad evidenció la ética inexistente y la poca empatía que gobierna el club. Nunca fueron de cara, siempre tomando decisiones en la sombra y sin tacto a la hora de comunicarlas a los afectados. A Arthur lo empujaron a irse para cuadrar cuentas, a Suárez lo trataron como un “don nadie” y Rakitic, Todibo o Dembélé fueron ofrecidos como moneda de cambio para traer de vuelta a Neymar sin ser consultados.

Los resultados positivos del equipo fueron tapando las carencias de un proyecto inexistente. El Triplete de 2015 sirvió como acicate para que Bartomeu fuera escogido con más de 25 mil votos. Pero cuando la pelota dejó de entrar, la junta no tenía ni los conocimientos ni la intención de buscar lo mejor para el club. La directiva fue dando poder a los jugadores, renovándolos hasta los 37 con sueldos astronómicos y dejando las decisiones importantes en sus manos. Sin ningun tipo de planificación deportiva, a la hora de reforzar la plantilla fichaban futbolistas por fichar, anteponían el Nombre a las necesidades y muchos jugadores eran tratados como “sacos de patatas”, como bien dijo Rakitic.

París, Turín, Roma, Liverpool, Lisboa… Son muchos los desastres que enfatizaban que el Barça estaba un paso por detrás del resto. Que ya no podía competir con los mejores. La calidad de la plantilla podía servir para días puntuales (3-0 contra el Liverpool), pero en escenarios grandes, el equipo no daba más de sí. La caída era evidente, pero Bartomeu solo allanaba la senda hacia el precipicio. Barto se va enfrentado con la plantilla, con una moción de censura que ha reunido casi veinte mil firmas, con la concesión de un crédito que no ha pasado por Estatutos, con la polémica del BarçaGate que la pandemia dejó a un lado y con el club en números rojos. El cruyffismo que tanto odia fue utilizado como un eslogan para vender ilusión. Es hora de recuperarlo y devolver al Barça donde se merece. Ciao, Barto.

Adrià Regàs @arq1027

Colaborador

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